Reconozco que me cuesta adaptarme al uso de un lenguaje no sexista. Que
cuando empezamos a reivindicar la igualdad a través de la visibilización del
femenino en el lenguaje (aquello de
alumnos e alumnas), no me gustaba, en realidad sigue sin gustarme. Porque me
parece que hace más farragoso el discurso; que me dificulta la escritura y me
obliga a estar pendiente de otro aspecto más (la ortografía, la concordancia,
la igualdad).
También me apunté aunque tímidamente al uso de la arroba (alumn@s). No me gusta nada. Me parecen palabras sin significado.
Ahora estoy adaptándome a escribir con palabras inclusivas (profesorado, alumnado). Me gusta más. Busco
palabras inclusivas siempre que escribo y ya tengo un buen repertorio.
Pero más allá de lo que me gusta más o menos, estoy con Isaías Lafuente cuando dice que “tenemos
que normalizar lo que ahora nos suena raro”, porque “la forma de emplear el lenguaje
influirá en las siguientes generaciones”.
Porque el lenguaje configura nuestro pensamiento. Y si queremos conformar un pensamiento para
una sociedad igualitaria tenemos que uso un lenguaje inclusivo. Porque la transmisión de conocimiento,
valores, sentimientos no se ha de hacer solo desde una óptica masculina,
machista. Es la hora de promover una
sociedad más justa e igualitaria y por eso debemos esforzarnos en promover y
usar un lenguaje más igualitario, más inclusivo. Porque el lenguaje no es estático; el
significado de las palabras se conforma por su uso. Así que hagamos un uso más igualitario del
lenguaje.
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